Luis Solano: “Mi misión es leer malos libros para que otros lean buenos”

Era mayo de 2005, y las librerías españolas recibían, entre las decenas de novedades del mes, dos títulos distintos: En busca del barón Corvo y A la caza del amor, de un sello desconocido llamado Libros del Asteroide. Destrás de esos ejemplares estaba un hombre singular: de formación en Derecho, se había especializado en administración de empresas y había trabajado en Barcelona para Planeta en un proyecto vinculado al libro electrónico. Con ese capital y algo de dinero, se lanzó a editar libros que, ante todo, le gustaran a él mismo. Se llama Luis Solano y dos décadas después se muestra conforme con la travesía. Ha publicado más de doscientos libros que le gustan, logró que una aventura a la que se había apostado unos ahorros sea hoy una empresa que emplea a varios empleados y, sobre todo, es feliz.
Solano vino a Buenos Aires justo antes de la Feria del Libro para alimentar el vínculo de su editorial con los lectores, autores y libreros de este lado del mar. Pese a los vaivenes de la economía argentina, tiene una apuesta por este mercado, que le interesa aunque sea más complicado que el de México, donde también distribuye su catálogo. Los libros de la periodista y cineasta estadounidense Nora Ephron, los de Rachel Cusk, esperados por fervor por sus lectores; el inolvidable Hamnet, de la irlandesa Maggie O'Farrell, entre muchos otros, pueblan una colección envidiable.
En un bar palermitano, despoblado porque está cerrado antes del mediodía, Solano dialogó con Clarín sobre esos libros hermanados por una faja en composé, hechura exquisita y flores pequeñas como sello de identidad, obra del catalán Enric Jardí.
–Estudió Derecho y luego administración de empresas. ¿Por qué dedicarse a los libros?
–De niño, me gustaba mucho leer y los libros siguieron siendo una cosa importante en la época en la que estudiaba Derecho. También me gustaba escribir, pero no me veía con suficiente talento, de manera que no se me ocurría que pudiera tener una carrera profesional en ese mundo porque estudiar literatura tenía pocas salidas profesionales. Así es que la literatura podía ser una afición y, al acabar la carrera, decidí estudiar un máster de administración de empresas, que me permitió trabajar durante años en consultoría y en startups relacionadas con el mundo de las telecomunicaciones. A través de ese trabajo, llegué a Planeta para ayudarles a poner en marcha el libro electrónico. Esa experiencia me sirvió para entender cuáles eran las mecánicas económicas que había detrás del mundo del libro y pensé que igual podría intentarlo: “Voy a invertir aquí un par de años y estos ahorros. Si va bien, bien y si no, no pasa nada", me dije. Tiempo después, me di cuenta de que había encontrado mi vocación.
–Dice que en Planeta pudo conocer el negocio del libro, ¿cómo era ese negocio y cuánto ha cambiado?
–La parte económica es bastante estable. En España, se trabaja con un descuento del 55% más o menos. El editor recibe el 45% restante, del que el 10% le corresponde al autor y él se queda con el 35% del precio de venta. Con eso, debe pagar la edición, la impresión del libro, el anticipo a los autores de los siguientes libros y otros gastos. Si hablamos de una novela extranjera, necesitas imprimir 3.000 ejemplares y vender la mitad para que sea rentable. Si es un escritor español, con 700 u 800 ejemplares, a lo mejor puedo recuperar la inversión. Por todo eso, cuando monté la editorial, sabía que no era un negocio para hacerme rico, sino que pensaba poder vivir de algo que me gustara hacer y las cosas han ido bien. Veinte años después tenemos un equipo de ocho personas en la editorial y las cosas van bien. Lo que ha cambiado en este tiempo no es tanto la economía del sector, que sigue siendo bastante estable, sino el modo de difusión de los libros y la competencia que tienen los libros. Cuando empezamos a publicar libros en España, había cinco canales de televisión, no había redes sociales y la mayor parte de los medios de comunicación se leían en papel. Y ahora, en cambio, prácticamente casi toda la información se consumen de manera digital, la televisión se ve en streaming y las redes sociales tienen protagonismo. Los editores, eso sí, hemos tenido la suerte de que la lectura sigue siendo para las personas un refugio que les permite aislarse del ruido que lo digital genera. Y por lo demás, tenemos que seguir buscando libros y lecturas que al lector le iluminen el presente, y lo ayuden a pensarlo y hacerlo mejor.
Luis Solano fundó Libros del Asteroide hace 20 años. Foto: Guillermo Rodríguez Adami.
–Mientras el mercado tiende a la fragmentación en géneros literarios, edades, hombres o varones, ustedes sostienen una única colección. ¿Por qué?
–La editorial, desde el primer momento, está concebida con una editorial que quería hacer literatura, es decir, de libros que tuvieran valor literario. La idea que yo tenía y que sigo teniendo es que un lector, cuando va a una librería, busca que le cuenten una historia. Y Libros del Asteroide es una editorial que lo que tiene son libros que cuentan buenas historias y no tiene ningún sentido segmentarlo, poner un diseño distinto si la historia estaba basada en hechos reales o es completamente imaginada. Esa es la razón por la que hay una sola colección. Otra razón es que la editorial quiere publicar poco pero bien. Estamos haciendo entre 21 y 22 libros al año y queremos dejarlo ahí (entre 20 y 25), que parece mucho, pero que en realidad es poco para una editorial que lleva tanto tiempo. Si de repente empezásemos a publicar, ensayo o biografías muy bien documentadas, de mil páginas, sería otro tipo de libro y seguramente tendría que publicarse en otra colección, pero lo que nosotros hacemos está muy bien, relacionados entre sí, muy bien hermanados dentro de la misma colección y sería una pena pasarlos a otra colección. De hecho, hay una frase muy bonita de Juan Ramón Jiménez que dice que en edición diferente los libros dicen cosa distinta. Es decir, el hecho de estar presentados en esta colección hace que el tipo de lectura que tú le propones al lector sea una determinada.
–¿Quién elige los libros y cómo se cura una serie coherente con autores tan distintos?
–La curaduría sigue siendo mía. Tengo lectores que trabajan conmigo desde hace tiempo, y tengo una persona, que trabaja y vive en Mallorca, y que hace un poco de sparring, pero al final quien toma las decisiones de publicación soy yo. Cuando tengo dudas con algo, le pregunto a mi equipo y discutimos, pero el que tiene que emocionarse con el libro soy yo. Por eso, busco libros narrativos y busco libros que a mí me hayan abierto un poco los ojos a nuevas realidades, a nuevas maneras de mirar el mundo. La característica fundamental de un editor es la curiosidad y yo soy una persona muy curiosa, me interesa preguntarme por qué las cosas suceden de determinada manera, me interesa entender por qué las cosas pasan y estoy atento a todo lo que me parezca nuevo y a compartir con los demás el entusiasmo por las cosas nuevas. En ese sentido, sí que hay algo que yo veo en la evolución del catálogo, que tiene que ver también con que mi vida va cambiando y las cosas que me interesan también van cambiando, aunque siempre mi trabajo como editor es leer malos libros para que otros lean buenos libros.
A lo mejor hay libros que sentimos que pueden tener más acogida en la Argentina porque el lector es un poco distinto, un pelín más sofisticado, un poco más interesado en la forma, mientras que al lector español a lo mejor le interesa más el contenido.
–En los primeros años, habían tomado la decisión de publicar obras de los últimos 75 años que habían sido buenos. Pero en un momento, se empezaron a jugar el juego de las editoriales, a comprar derechos, ir a ferias y ese tipo de cosas. ¿Cuándo sucedió eso?
–Fue un proceso medio rápido y tuvo que ver sobre todo con dos libros que fueron los primeros que contratamos de literatura contemporánea: Peter Cameron con Algún día este dolor te será útil y Angel Wagenstein con El Pentateuco de Isaac. Al ver que aquellos libros fueron bien, entendí que si me gustaba un libro, aunque no tenía el refuerzo de estar considerado un clásico en su país, aquello iba a gustar igual. Entonces, empecé a sentirme seguro de que podía juzgar también manuscritos que no se hubieran publicado en otro país. Esto coincidió con que llevábamos cinco años, teníamos relaciones con agencias, había estado yendo a ferias y tenía relaciones fuera de España. Fue ahí que empezamos a publicar más literatura contemporánea.
–¿Hay libros que funcionaron muy bien y otros muy mal?
–Un par de ejemplos de dos autores: Robertson Davies, el novelista canadiense, y el periodista español Manuel Chaves Nogales. Nosotros recuperamos A sangre y fuego, un libro de Chaves Nogales porque había otros libros de él ya funcionando en España, y se hizo como una revolución en torno a él. Ahí te das cuenta de que, como editor, estás mirando el mundo desde una posición que resulta bien conectada con lo que está interesando a la sociedad. Luego, algún libro que hemos editado al principio y que te das cuenta que por tener prisa o por tener que llenar el catálogo con con determinada rapidez, te conformas con libros de los que luego ya no estás muy seguro. A veces pasa. Pero en en general yo tengo pocas sorpresas y, si las tengo, es con libros que han ido mucho mejor de lo que yo esperaba.
Luis Solano fundó Libros del Asteroide hace 20 años. Foto: Guillermo Rodríguez Adami.
–¿Cómo es el vínculo con la Argentina?
–Yo creo el público argentino es el más parecido al español. Por lo menos para el tipo editorial que somos nosotros y para los libros que nosotros hacemos, de literatura de cierta calidad y narrativa. Para cualquier editorial de nuestro tipo, la Argentina es sin duda el mercado más grande, aunque México tiene un mercado de libros más grande que el argentino. Nosotros tuvimos dos intentos, uno con un primer distribuidor que no acabó de de funcionar por distintas razones y luego hemos tenido la suerte encontrar otro distribuidor con el que funcionamos muy bien. Entonces, preparamos un plan editorial para España y luego adaptamos un poco ese plan. Básicamente, en el 90% de los casos tenemos derechos para los dos países. Pero no todo lo sacamos con la misma intensidad. A lo mejor hay libros que sentimos que pueden tener más acogida en la Argentina porque el lector es un poco distinto, un pelín más sofisticado, un poco más interesado en la forma, mientras que al lector español a lo mejor le interesa más el contenido. Y además, siento es que el tipo de comunicación que hacemos, cómo presentamos los libros, se entiende muy bien en la Argentina, mientras que a veces nuestro diseño, que me parece que moderno, elegante y que comunica muy bien, está fuera de los códigos de comunicación de otros países.
–¿Puede dar un ejemplo de libros que hayan funcionado mejor en la Argentina que en España?
–Puedo pensar en Leila Guerrero, pero además Claus y Lucas, de Agota Kristof, que se ha vendido muy bien en España, pero en la Argentina vendió el doble, que es muchísimo y creo que tiene que ver con con del lector argentino por el experimento formal, por la innovación. Otro ejemplo de alguien que funciona muy bien aquí es Rachel Casch, que tiene que ver con esta búsqueda de la innovación formal, que es algo muy característico de su literatura. Ella funciona en España porque el mercado es más grande, pero proporcionalmente funciona mejor en la Argentina.
–La editorial tiene un Premio de No Ficción, que ganó la argentina Solange Levinton con Un sueño made in Argentina. Auge y caída de Pumper Nic, un libro absolutamente argentino. ¿Qué hacen con algo así?
–El proyecto del premio nace de la idea de apoyar un libro de no ficción. Pensaba que podía haber proyectos interesantes que los autores no se atrevieran a llevar a cabo porque no tenían financiación. Esa fue la idea del proyecto cuya idea es encontrar, por un lado, temas que les parezcan interesantes al jurado y un enfoque que tenga algo de literario. Hemos publicado libros de todo tipo, uno sobre la Segunda República en España, que es muy histórico (14 de abril, de Paco Cerdà); uno sobre animales, un libro muy divertido (Fieras familiares, de Andrés Cota Hiriart); uno sobre el insomnio, más ensayístico (El mal dormir, de David Jiménez Torres); y otro más memorialístico (Mi padre alemán, de Ricardo Dudda). Y luego está el de Solange Levinton, que buscaba contar la historia de un emprendimiento muy potente que tuvo mucho éxito en la Argentina y que era una metáfora de la historia del país. Pensamos que podía servir también para contar la historia argentina de los últimos 80 años y eso fue lo que nos interesó. Y le dimos el premio a sabiendas de que seguramente era un libro que tendría más sentido en la Argentina que en España.
Clarin